El Absurdo de la Meritocracia Moderna: Un Currículum para la Incompetencia

Por Victor D Manzo Ozeda. 

La ironía en el mundo laboral "Moderno" no deberia ser, pero es, más absurda que una obra de Kafka en sus inicios: se nos exige que seamos genios, jóvenes y llenos de experiencia, una trifecta de virtudes que rozan lo surrealista. Los anuncios de trabajo, que pululan con demandas desmedidas, parecen redactados por un comité de insensatos que, en su esfuerzo por reclutar lo mejor de lo mejor, terminan esbozando un perfil más propio de un semidiós que de un ser humano promedio. ¿El problema? Tras todas esas demandas, los mismos que contratan son, con frecuencia, un desfile de ineficiencia e ineptitud.

Las expectativas son claras: un título universitario de una institución prestigiosa, seguido de una colección de diplomas, maestrías, doctorados si es posible, y una experiencia que, con un guiño cínico, se exige que sea amplia a pesar de que solo tengas 20 años. Y, como toque final, ser un genio en el manejo de software de última generación, políglota por defecto y, claro, con habilidades blandas que te permitan liderar equipos mientras despachas cafés para la junta.

Esta es la nueva religión de la meritocracia: acumular títulos y diplomas como si fueran baratijas para impresionar en el mercado laboral. Lo curioso es que, una vez que uno finalmente entra en estas torres de cristal corporativas, la realidad te golpea en la cara como un mal café de oficina. Los que han conseguido los puestos soñados a menudo parecen haber dejado sus méritos en el currículum. Entre jefes que no saben gestionar una reunión sin divagar por horas y compañeros que no dominan las tareas básicas, uno se pregunta: ¿realmente se necesitaba esa colección de diplomas para alcanzar este nivel de mediocridad?

Pero la tragedia no termina ahí. Si por alguna razón has tenido la osadía de mejorar tus habilidades, de invertir tiempo y dinero en sobreeducarte, te encontrarás con la segunda gran ironía del mundo laboral: te rechazan por estar “sobrecualificado”. Ahora eres una amenaza. No buscan a alguien que pueda elevar los estándares de la empresa, sino a alguien que encaje perfectamente en su molde de mediocridad funcional. Tu exceso de preparación, que debería ser una ventaja, se convierte en un estigma que te condena. Porque, en el fondo, las empresas no quieren a alguien que les recuerde, con su sola presencia, lo terriblemente ineficaces que son.

Es una paradoja grotesca. Las empresas buscan jóvenes que ya hayan vivido varias vidas laborales, que tengan la sabiduría de un anciano con la energía de un veinteañero, y que, en su tiempo libre, se mantengan actualizados en las tendencias del mercado, lean a Kant, hagan yoga y participen en seminarios de liderazgo en la montaña. Todo esto, por supuesto, a cambio de un sueldo que apenas justifica el esfuerzo.

Lo más trágico es que, a pesar de estos requisitos sobrehumanos, una vez dentro, uno descubre que lo que realmente impera es la incompetencia disfrazada de profesionalismo. Jefes que se amparan en su posición para esconder su ignorancia, comités enteros que se ahogan en la burocracia, y reuniones interminables donde no se decide nada, salvo cuándo será la próxima junta para seguir discutiendo los mismos temas. Mientras tanto, los jóvenes que logran entrar, saturados de títulos y expectativas, terminan sirviendo de becarios glorificados, víctimas de un sistema que les prometió éxito pero que, en el fondo, no sabe qué hacer con ellos.

En este teatro absurdo, el gran chiste es que la cantidad de títulos y diplomas no garantiza ni la eficiencia ni el éxito, solo una entrada a un sistema diseñado para explotar el talento sin saber aprovecharlo. Y, para colmo, si llegas con más credenciales de las que el sistema corporativo puede digerir, te descartan por ser un riesgo. Una jungla de papeles y certificados donde la verdadera habilidad no es tener conocimiento, sino sobrevivir a la imbecilidad estructural del mundo corporativo.

En resumen, la meritocracia de los títulos es la nueva farsa vende humo de nuestro tiempo. Una carrera por acumular credenciales que, al final del día, no nos prepara para lo único que realmente importa: sobrevivir a la imbecilidad estructural del mundo corporativo. Y si estás demasiado preparado, olvídalo: el sistema no quiere que lo hagas quedar mal.


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