México: El Barrio Gigante que Se Nos Fue de las Manos.

Por Victor D Manzo Ozeda.

México, querido México. Ese país vasto y desconcertante que bien podría ser la ciudad más grande del mundo, si no fuera porque se comporta como un barrio gigantesco que jamás creció lo suficiente como para desprenderse de las malas mañas del vecindario. No, México no es un país, es un barrio interminable, extendido de Tijuana a Tapachula, donde las reglas no están escritas en ninguna constitución, sino en las miradas furtivas, en el chisme de la esquina y en la eterna cadena de favores que, como en cualquier buena colonia, se paga no con dinero, sino con el silencio y la complicidad.

Aquí, la vida se organiza con la lógica del barrio: todo el mundo se conoce, todo el mundo se debe algo y, por supuesto, todo el mundo sabe todo de todos, pero nadie dice nada. Porque si hay algo que nos une en este inmenso barrio llamado México, es nuestra capacidad para mirar hacia otro lado cuando conviene. Los políticos, claro, no son más que los líderes de la cuadra: aquellos que prometen pavimentar la calle y mejorar el alumbrado, mientras se embolsan el presupuesto de la fiesta patronal y construyen su casita en alguna esquina discreta. Porque eso es México: un barrio donde las promesas se hacen con micrófono y las transacciones con un apretón de manos.

Y no nos engañemos: nuestra economía también sigue siendo la de un gran tianguis. Aquí todo se vende, todo se negocia y todo se puede "arreglar". Desde el ambulante que te ofrece un producto "de fayuca" hasta el empresario que, en el fondo, maneja sus negocios con la misma lógica de los puestos de piratería. ¿Qué importa la factura o la garantía? En el barrio, lo que cuenta es la confianza y, si algo sale mal, pues "te lo cambiamos mañana", aunque todos sepamos que ese mañana nunca llega. Porque en México, el tiempo es relativo y el mañana, si bien existe, siempre tiene un aire de incertidumbre.

La política, el deporte, la cultura; todo funciona bajo la misma dinámica del barrio. Los presidentes son esos caciques que se encargan de la fiesta anual, prometiendo más confeti y fuegos artificiales, mientras la casa del vecino se cae a pedazos. Los futbolistas, ídolos de barro, no son más que los chicos populares de la cuadra, esos que siempre ganan en las retas porque se las arreglan para tener a los árbitros de su lado. Y los intelectuales, bueno, ellos son los "vecinos raros", esos que se pasan el día criticando todo, pero que no mueven un dedo para cambiar nada, porque, al fin y al cabo, en el barrio lo que importa no es la crítica, sino el chisme.

Y, por supuesto, no olvidemos a nuestras instituciones, que operan con la misma lógica que la tienda de la esquina: cerradas cuando las necesitas, dispuestas a fiarte solo si te conocen y siempre listas para hacer una "excepción" a las reglas, si eres de confianza. Aquí la justicia es una moneda de cambio y la legalidad un juego de mesa, donde las reglas se improvisan y el ganador siempre es el más astuto, no el más justo. Porque en México, la justicia, como el fiado, se concede a quien la tienda considere digno.

México, ese país que nunca dejó de ser un barrio, sigue funcionando con las mismas dinámicas de vecindad: todo se arregla con una sonrisa, una promesa vacía y, claro, un favor que se paga con otro favor. Y así seguimos, en este barrio interminable, donde todos somos amigos, todos nos conocemos y todos nos fingimos ajenos al desastre que nos rodea. Porque, al fin y al cabo, en el barrio lo que cuenta es la apariencia, no la realidad.

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