"Conspiranoicos: Apóstoles de la Absurda Verdad Alternativa"

Por Victor D Manzo Ozeda. 

En el vasto carnaval de la información moderna, los conspiranoicos actúan como los bufones que, en lugar de risas, esparcen dudas y teorías que hacen que la ficción parezca pálida en comparación. Estos heraldos del escepticismo no sólo desconfían de las verdades comúnmente aceptadas; las reinventan con un entusiasmo que rozaría lo encomiable, si no fuera por su peligrosa desconexión de la realidad.

Armados con Internet y una sobredosis de creatividad para conectar puntos inexistentes, estos arquitectos del delirio tejen historias que transforman hechos mundanos en episodios de una saga épica de control mental y maquinaciones secretas. Con una audacia que desafía la lógica, venden sus teorías con la pasión de un vendedor de autos usados, prometiendo revelaciones que nunca necesitaste ni pediste.

El problema con los conspiranoicos no es simplemente que se equivocan; es que su errónea cartografía de la realidad se convierte en el mapa que muchos eligen seguir, llevándolos por rutas que terminan en precipicios de paranoia y aislamiento. Con cada video, blog y podcast, no solo construyen una audiencia, sino un ejército de escépticos cuya única certeza es que nada es cierto, excepto la omnipresencia de las sombras.

En el fondo, el atractivo de las teorías de la conspiración puede verse como un reflejo distorsionado de nuestro deseo por historias más interesantes que nuestras vidas ordinarias. Pero el verdadero peligro llega cuando estos relatos se toman no como ficciones para disfrutar con palomitas, sino como hechos que requieren acción. Aquí radica la ironía: en su búsqueda por desenmascarar supuestas verdades, los conspiranoicos construyen un mundo ficticio más inverosímil que cualquier novela de ciencia ficción.

Así que, mientras los conspiranoicos siguen desmenuzando vídeos granulados y tomando notas en cada rincón oscuro de la red, uno no puede evitar preguntarse: en su eterna vigilia, ¿han olvidado simplemente cómo apagar la computadora y abrir las ventanas para que entre un poco de luz—y razón—a sus cuartos oscurecidos por cortinas de teorías gastadas?

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