El Despropósito de París 2024: Una Sátira Involuntaria de Apertura Olímpica

Por Victor D Manzo Ozeda. 

En un torbellino de luces, colores y pretensiones culturales, la ceremonia de apertura de París 2024 intentó un espectáculo de vanguardia, pero terminó en un episodio caricaturesco de lo que debería exaltar el espíritu olímpico. Entre drag queens, interpretaciones audaces de la Última Cena y figuras azules "Dionisiacas" sin contexto, el evento no solo fracasó en capturar la solemnidad de los Juegos, sino que se sumergió en las aguas de la extravagancia sin salvavidas.

La inclusión de drag queens portando la antorcha olímpica con musica de los años 90, lejos de ser un gesto de inclusión genuino, se sintió como una apropiación superficial de la diversidad, más un truco publicitario que un avance hacia la comprensión o el respeto real. Este intento de modernizar los Juegos mediante la provocación visual y cultural quizás buscaba resonancia mediática, pero dejó un sabor de vacuidad y oportunismo.

Por otro lado, la representación de la Última Cena, reinventada con un hombre misterioso pintado de azul como comida gourmet toxica, no solo careció de la profundidad simbólica requerida, sino que también provocó confusión y desconcierto entre una audiencia global esperando un homenaje más respetuoso a la tradición y la historia. Este tipo de interpretaciones libres y desconectadas de los símbolos culturales y religiosos puede ser artísticamente valiosa en otros contextos, pero en la ceremonia de apertura de los Juegos Olímpicos, se esperan representaciones que unan, no que dividan o desconcierten.

En medio de esta cacofonía de malas decisiones estéticas y simbólicas, la actuación de la banda de metal "Gojira" se erige como un punto luminoso. Su energía y diferencia musical fueron un oasis de talento genuino en un desierto de pretensiones mal ejecutadas. Este grupo demostró que, incluso en el marco de una ceremonia desacertadamente curada, el verdadero arte y la pasión pueden brillar, ofreciendo un momento de redención que, lamentablemente, fue solo un breve interludio en el desfile de desatinos.

París 2024, con su intento de ser un espectáculo innovador y transgresor, ha demostrado que la innovación sin un anclaje en el respeto por el significado y la tradición puede fácilmente derivar en una farsa. Lo que debió ser una celebración de la diversidad y la historia humana terminó siendo una parodia involuntaria, recordándonos que en el intento de ser inolvidables, algunos eventos logran serlo por las razones equivocadas.

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