El Espejismo del Empoderamiento: Exhibicionismo Digital y Violencia de Género.

Por Victor D Manzo Ozeda.

En la encrucijada entre la tecnología y la vanidad humana, las redes sociales han erigido un nuevo Olimpo donde el exhibicionismo femenino se celebra como empoderamiento. Sin embargo, este fenómeno, en su superficie brillante y prometedora, esconde una realidad más oscura y perversa: la exacerbación del libido masculino y el incremento alarmante de la violencia contra las mujeres.

Las plataformas digitales como Instagram, TikTok y OnlyFans han proporcionado a las mujeres una vitrina global para la autoexpresión. Pero esta visibilidad tiene un costo insidioso. La lógica del “like” y el seguidor ha creado un mercado donde la carne es moneda, y el atractivo físico se ha convertido en un bien transable. Esta cosificación, lejos de empoderar, reitera las antiguas cadenas patriarcales que reducen a la mujer a su valor estético.

El exceso de estímulos visuales provoca una saturación del deseo masculino. En una era donde la imagen predomina sobre el contenido, los hombres, bombardeados por una infinidad de cuerpos perfectos y poses sugerentes, ven erosionarse sus límites éticos y morales. Este constante estímulo sexualiza la percepción de lo femenino, despojando a la mujer de su humanidad y convirtiéndola en un objeto de consumo inmediato.

El problema, no obstante, no radica únicamente en la percepción distorsionada. Este exhibicionismo digital, aunque autoimpuesto, se convierte en una peligrosa arma de doble filo. Las mujeres, en su búsqueda de validación, se exponen a un público vasto y a menudo anónimo que, protegido tras la pantalla, se siente envalentonado a traspasar los límites del respeto y la decencia. El anonimato digital y la ausencia de consecuencias reales transforman a las redes sociales en un terreno fértil para la misoginia y la violencia.

En este escenario, las agresiones y el acoso no son simples anomalías, sino síntomas de una cultura digital tóxica. Los discursos misóginos, amplificados en foros y redes, deshumanizan aún más a la mujer, reforzando la peligrosa idea de que su valor radica exclusivamente en su capacidad de provocar deseo. Así, la violencia de género se normaliza y se justifica bajo el pretexto del “ella lo buscó”, una falacia que perpetúa el ciclo de abuso.

Los números hablan por sí mismos. El aumento de la violencia contra las mujeres coincide con la popularización de estas plataformas, donde la autoexposición es vista como una señal de disponibilidad sexual. La paradoja es evidente: mientras las mujeres buscan empoderarse y reivindicar su autonomía, se enfrentan a un incremento de la violencia, una brutal contradicción que refleja las fallas profundas de nuestra sociedad.

No se trata de demonizar el uso de las redes sociales ni de culpabilizar a las mujeres por su manera de expresarse. La solución pasa por un cambio cultural profundo que enseñe a los hombres a ver más allá de la superficie, a reconocer y respetar la integridad y la complejidad de la mujer. Las plataformas digitales, por su parte, tienen la responsabilidad de fomentar un ambiente seguro y respetuoso, donde la autoexpresión no se convierta en una sentencia de peligro.

En última instancia, debemos repensar qué entendemos por empoderamiento y libertad en la era digital. Solo a través de la educación, la regulación adecuada y el fomento de una cultura de respeto podremos transformar el espacio digital en un verdadero ámbito de empoderamiento, libre de violencia y lleno de oportunidades para todos.

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