"El Rencor: Ese Inesperado Aliado incómodo"

Por Victor D Manzo Ozeda. 

El rencor, a menudo visto como la cenicienta de las emociones, portador de malestar y discordia, guarda en su núcleo una potencia transformadora que merece ser reevaluada. En lugar de desterrarlo a las sombras de nuestros afectos más nobles, podríamos, con audacia, invitarlo a la mesa de nuestras deliberaciones más íntimas.

Este sentimiento, tan vilipendiado, tiene el inusual poder de actuar como un espejo en el que se reflejan no solo nuestras heridas más profundas, sino también nuestras resistencias más tenaces. El rencor no es simplemente un residuo tóxico de relaciones fallidas o de injusticias no resueltas; es también un recordatorio punzante de nuestro derecho a no olvidar, a no dejar pasar sin más aquello que una vez alteró el curso de nuestra tranquilidad.

Consideremos el rencor como un curador inadvertido: al retener el dolor, nos impide avanzar desprotegidos hacia futuras decepciones. Es un guardián feroz de nuestro bienestar emocional, asegurándose de que las lecciones del pasado permanezcan frescas, como advertencias grabadas en el pergamino de nuestra memoria emocional.

Más aún, el rencor puede ser un agente de cambio y justicia. Lejos de sumirnos en una pasividad venenosa, puede impulsarnos a buscar reparación, a alzar la voz contra la repetición de agravios. En su forma más elevada, el rencor es combustible para la acción, un impulso para rectificar lo que está torcido en nuestras vidas y en nuestro entorno.

En la sofisticación de su análisis, el rencor nos desafía a comprender y a ser comprendidos, a negociar con nuestras propias limitaciones y las ajenas. No es, entonces, una sombra que debamos evitar a toda costa, sino una presencia que, si se la sabe escuchar, puede guiarnos hacia una mayor autenticidad y, quizás, hacia una reconciliación más genuina y perdurable con nosotros mismos.

Así, el rencor, ese paria de las emociones, merece una revalorización como catalizador de nuestra evolución emocional y social. En lugar de rechazarlo, podríamos aprender a dialogar con él, a entenderlo como parte integral, aunque incómoda, de nuestro complejo ser emocional.

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