"La Insufrible Banalidad del Fútbol"

Por Victor D Manzo Ozeda. 

El fútbol, ese deporte que despierta pasiones desmedidas y devociones casi religiosas, a menudo se presenta como el último bastión de la camaradería y el orgullo nacional. Sin embargo, un examen más crítico revela que es justamente esta veneración desproporcionada la que subraya su faceta más insidiosa. El fútbol no es más que un espectáculo de masas diseñado para distraer y sedar al público con un narcótico de goles y rivalidades que apenas disimula su verdadero propósito: el lucro desenfrenado.

Esta industria, que mueve miles de millones, está intrínsecamente ligada a prácticas corruptas, desde la manipulación de partidos hasta el lavado de dinero, envileciendo todo lo que toca. Además, el fútbol perpetúa un chovinismo tóxico, donde el "nosotros contra ellos" se celebra como una virtud, alimentando una xenofobia sutil pero tangible. En las gradas, la violencia y el machismo campean a sus anchas, evidenciando que el deporte es menos un juego de caballeros que una válvula de escape para las frustraciones y agresiones reprimidas.

En cuanto a la cultura que lo rodea, el fútbol fomenta un conformismo intelectual preocupante. Horas interminables dedicadas a su seguimiento y análisis, que bien podrían invertirse en la educación o el debate de ideas transformadoras, se pierden en discusiones estériles sobre la performance de multimillonarios en shorts. Y mientras las masas se congregan en estadios o se paralizan frente a pantallas, las cuestiones de verdadera importancia para la sociedad quedan relegadas a un segundo plano, eclipsadas por la urgencia artificial de un partido.

Así, el fútbol, más que un deporte, es un opio moderno para el pueblo; una distracción orquestada que no merece la reverencia ni el tiempo que le dedicamos.

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